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13 junio 2015

Una Oración Solemne



“Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido,  también nosotros podamos consolar a todos los que sufren”.
2 Corintios 1:3-4 (Nueva Versión Internacional)
Aquí aparece una oración solemne de alabanza, que nos introduce de lleno en el contexto de la misma carta, el cual es la consolación que proviene de Dios en el sufrimiento. Como verdadero hombre de fe, el apóstol menciona “consolación” antes de empezar a hablar de “tribulaciones”. ¿A qué tribulaciones está aludiendo Pablo? Sin duda, a las producidas por sus relaciones tormentosas con la misma comunidad de Corinto que tanto lo afectaron, y quizás, más en concreto, a una situación de vida o muerte por la que atravesó en la ciudad de Éfeso y de la que se libró en el último momento, declarando “que hasta perdimos la esperanza de salir con vida” (versículo 8).
La palabra traducida como “consolación”, proviene del término griego “paraklesis”, que abarca también las ideas de “animar”, “ayudar” o “recibir fortaleza”, y literalmente significa: “llamar a nuestro lado a alguien en busca de ayuda”; esta es la misma raíz utilizada para referirse al Espíritu Santo (parakletos), quien es el eterno Consolador que vive en nosotros. Recordemos siempre que cada problema que enfrentemos, luego se convertirá en una oportunidad para ministrar a otras personas que lleguen a padecer aflicciones similares.

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