“Me acuerdo de tu fe sincera…
Por esta razón, te recuerdo que avives el fuego del don espiritual que Dios te
dio… Pues Dios no nos ha dado un espíritu de temor y timidez sino de poder,
amor y autodisciplina” (2 Timoteo 1:5-7, NTV).
La fe sincera que había
en Timoteo, ocasionó que su padre (el apóstol Pablo) le recordara que avivara
el fuego del don que Dios le había dado. Si Pablo hubiese tenido dudas con
respecto a la sinceridad de la fe de Timoteo, muy probablemente no le fuese
hecho el recordatorio, por cuanto estamos llamados a edificar el Cuerpo de
Cristo, y no a entretenernos (perdiendo el tiempo), procurando el perfeccionamiento
de gente que es cristiana, pero no ha nacido de nuevo.
El don al que Pablo se refería en el caso de
Timoteo, era el que lo constituía como testigo del Señor (1:8), es decir,
como predicador o maestro del evangelio; sin embargo, de manera general,
sabemos que “A cada uno de nosotros se nos da un don espiritual para que nos
ayudemos mutuamente” (1 Corintios 12:7 – NTV), esto es, en el Cuerpo de Cristo,
es decir, Su iglesia, que no apunta para nada a la organización religiosa a la
que perteneces, sino más bien a manifestar el don entre nuestros hermanos en la
fe, en el contexto de una profunda comunión espiritual.
La palabra griega que
emplea el apóstol para indicarle a su hijo que avivara el fuego, es anazopuréo, y ésta denota “volver a
encender, o mantener plenamente encendida una llama” (Diccionario Expositivo
VINE, 1999). Conforme a las palabras apostólicas, podemos afirmar lo siguiente:
El don espiritual que Dios te dio, tiene
un fuego, y ese fuego debemos mantenerlo plenamente encendido. Notemos que
Pablo no señala que Dios avivará el fuego, pues eso no le corresponde al Señor.
Ya Dios te dio el don, y ahora es tu responsabilidad mantener su fuego avivado.
Pero, ¿cómo avivamos el fuego?
La mayoría de los
maestros con cierta influencia religiosa, tenderán a mistificar el pasaje, y te
dirán que se refiere “al fuego del Espíritu”, y relacionarán esta frase con el
hecho de realizar muchos sacrificios religiosos para “encender la llama” de
nuestra vida cristiana. Expresiones como: “Debes meterte en ayuno”, “Hay que
hacer una vigilia de oración” o “Levántate de madrugada a orar” son típicas en
estos escenarios; y no es que está mal hacer eso, sólo que ese mensaje no es el
que se desprende de la exhortación de Pablo a Timoteo que tratamos en este
momento.
La clave para
responder objetivamente a la pregunta que nos hicimos, está en las palabras
apostólicas del verso 7:
1. Dios no nos ha dado un espíritu de temor y timidez.
2. Dios nos dio un espíritu de:
·
Poder (dúnamis: fuerza, capacidad).
·
Amor (agápe: es Dios mismo, según 1 Juan 4:8).
· Autodisciplina
(sofronismós: control de nosotros mismos, sobriedad, prudencia).
¿Cómo avivamos el fuego del don que Dios nos dio?
Simplemente actuando conforme a la naturaleza que hemos recibido en Cristo. El
énfasis del apóstol no está en algo místico, sino en la acción de todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) a la causa
divina:
Recibimos poder (un cuerpo) para hacer lo que se nos encomendó, y tú
sabes bien lo que el Señor ha puesto en tu espíritu. Debemos hacerlo con el espíritu de amor que nos gobierna (1 Corintios 13:4-8), pero con la autodisciplina correspondiente (el alma
sujeta) que nos prevenga de los molestos excesos, que lejos de edificar,
mutilan el cuerpo. Así que el momento perfecto para avivar el fuego es ahora,
pues ya tenemos todo lo que necesitamos
para operar en el don (Colosenses 2:10), sin ser defraudados… ¡Manos a la
obra!