“Alabado
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de
toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que
con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los
que sufren”.
2 Corintios 1:3-4 (Nueva Versión Internacional)
Aquí aparece una oración solemne de alabanza,
que nos introduce de lleno en el contexto de la misma carta, el cual es la
consolación que proviene de Dios en el sufrimiento. Como verdadero hombre de
fe, el apóstol menciona “consolación” antes de empezar a hablar de “tribulaciones”.
¿A qué tribulaciones está aludiendo Pablo? Sin duda, a las producidas por sus
relaciones tormentosas con la misma comunidad de Corinto que tanto lo afectaron,
y quizás, más en concreto, a una situación de vida o muerte por la que atravesó
en la ciudad de Éfeso y de la que se libró en el último momento, declarando “que
hasta perdimos la esperanza de salir con vida” (versículo 8).
La palabra traducida como “consolación”, proviene del término griego “paraklesis”,
que abarca también las ideas de “animar”, “ayudar” o “recibir fortaleza”, y
literalmente significa: “llamar a nuestro lado a alguien en busca de ayuda”; esta
es la misma raíz utilizada para referirse al Espíritu Santo (parakletos), quien
es el eterno Consolador que vive en nosotros. Recordemos siempre que cada problema que enfrentemos, luego se
convertirá en una oportunidad para ministrar a otras personas que lleguen a
padecer aflicciones similares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario