Desde tiempos remotos, se han presentado
ofrendas a Dios. Las primeras ofrendas de las que hay registro son las
primicias del suelo que presentó el hijo mayor de Adán, Caín, y los
primogénitos del rebaño que ofreció su hijo más joven, Abel. Tanto la actitud
como los motivos debieron diferir, pues Dios aprobó la ofrenda de Abel, pero
miró con desaprobación la de Caín. La fe de Abel lo movió a presentar una
ofrenda que requería derramar sangre, prefigurando
así con exactitud el verdadero sacrificio por los pecados: Jesucristo (Hebreos
11:4).
Después de salir del arca, Noé ofreció al Señor
un sacrificio de acción de gracias, y a continuación el Señor celebró el pacto
del “arco iris” con él y su familia. Posteriormente, leemos que los fieles
patriarcas presentaron ofrendas a Señor (Génesis 31:54). El más notable y
significativo de los sacrificios antiguos fue el intento de Abraham de ofrecer
a Isaac por mandato del Señor. Cuando Dios observó la fe y la obediencia de
Abraham, le proveyó bondadosamente un carnero en sustitución para el sacrificio.
Este acto de Abraham prefiguró la
ofrenda que el Señor haría de su Hijo unigénito: Jesucristo (Hebreos
11:17-19).
Todos los sacrificios efectuados bajo el
pacto de la Ley señalaban a Jesucristo y su sacrificio, o a los beneficios que
se derivan de dicho sacrificio. (Hebreos 8:5). Así como Jesucristo fue un
hombre perfecto, todos los animales sacrificados también tenían que ser sanos y
sin tacha (Levítico 1:3, 10). Tanto el israelita como el residente
forastero que adoraba al Señor tenían que presentar las diversas ofrendas (Números
15:26-29).
“Por eso, cuando
Cristo vino al mundo, le dijo a Dios: «Tú no quisiste sacrificios de animales
ni ofrendas por el pecado. Pero me has dado un cuerpo para ofrecer. No te
agradaron las ofrendas quemadas ni otras ofrendas por el pecado. Luego dije:
‘Aquí estoy, oh Dios, he venido a hacer tu voluntad como está escrito acerca de
mí en las Escrituras’». Primero, Cristo dijo: «No quisiste sacrificios de
animales ni ofrendas por el pecado; ni ofrendas quemadas ni otras ofrendas por
el pecado; ni te agradaron» (aun cuando la ley de Moisés las exige). Luego
dijo: «Aquí estoy, he venido a hacer tu voluntad». Él anula el primer pacto
para que el segundo entre en vigencia. Pues la voluntad de Dios fue que el
sacrificio del cuerpo de Jesucristo nos hiciera santos, una vez y para siempre” (Hebreos 10:5-10).
En
el Nuevo Pacto que vivimos, no necesitamos ofrendar para recibir el perdón de
pecados (pues para eso Cristo se ofreció), ni para recibir el favor de Dios… El
favor o la bendición de Dios la recibimos por gracia:
ya somos bendecidos; y ahora, cuando ofrendamos, lo hacemos como muestra de
nuestra eterna gratitud al Señor.
Está claro que debido a que el
propósito de la ofrenda no es el mismo que en la Ley, no necesitamos sacrificar
ningún animal a Dios, pues ya el derramamiento de la sangre de Cristo fue hecho
una vez y para siempre como un sacrificio perfecto por nosotros. Sin embargo,
el mismo principio que está presente en los diezmos se encuentra en las
ofrendas: es para la extensión efectiva del Reino de Dios (Hechos 4:34-35), con
la diferencia que cuando ofrendamos, no entregamos la décima parte de lo
recibido, sino mucho más.
Ahora bien,
siendo que la ofrenda es una muestra de nuestra gratitud a Dios, y que entendemos la
importancia de ella para la proclamación del evangelio, no debe ser escasa; por el
contrario, debe superar con creces lo diezmado. Al apóstol Pablo se le
reveló esto, y pudo ver cómo nuestra prosperidad está estrechamente
vinculada con la generosidad de nuestra ofrenda (2 Corintios 9:6,11). En otras
palabras: “Mientras más ofrendes, más te prosperará financieramente el Señor, para que sigas ofrendando en su Reino con
mayor libertad”; ése es el principio, y es una cuestión de gratitud… Tu ofrenda habla de tu nivel de
agradecimiento a Dios. Ya deja de agradecer sólo con tus palabras, y actúa!
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