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11 febrero 2013

Cuestión de Gratitud


Desde tiempos remotos, se han presentado ofrendas a Dios. Las primeras ofrendas de las que hay registro son las primicias del suelo que presentó el hijo mayor de Adán, Caín, y los primogénitos del rebaño que ofreció su hijo más joven, Abel. Tanto la actitud como los motivos debieron diferir, pues Dios aprobó la ofrenda de Abel, pero miró con desaprobación la de Caín. La fe de Abel lo movió a presentar una ofrenda que requería derramar sangre, prefigurando así con exactitud el verdadero sacrificio por los pecados: Jesucristo (Hebreos 11:4).
Después de salir del arca, Noé ofreció al Señor un sacrificio de acción de gracias, y a continuación el Señor celebró el pacto del “arco iris” con él y su familia. Posteriormente, leemos que los fieles patriarcas presentaron ofrendas a Señor (Génesis 31:54). El más notable y significativo de los sacrificios antiguos fue el intento de Abraham de ofrecer a Isaac por mandato del Señor. Cuando Dios observó la fe y la obediencia de Abraham, le proveyó bondadosamente un carnero en sustitución para el sacrificio. Este acto de Abraham prefiguró la ofrenda que el Señor haría de su Hijo unigénito: Jesucristo (Hebreos 11:17-19).
Todos los sacrificios efectuados bajo el pacto de la Ley señalaban a Jesucristo y su sacrificio, o a los beneficios que se derivan de dicho sacrificio. (Hebreos 8:5). Así como Jesucristo fue un hombre perfecto, todos los animales sacrificados también tenían que ser sanos y sin tacha (Levítico 1:3, 10). Tanto el israelita como el residente forastero que adoraba al Señor tenían que presentar las diversas ofrendas (Números 15:26-29).
“Por eso, cuando Cristo vino al mundo, le dijo a Dios: «Tú no quisiste sacrificios de animales ni ofrendas por el pecado. Pero me has dado un cuerpo para ofrecer. No te agradaron las ofrendas quemadas ni otras ofrendas por el pecado. Luego dije: ‘Aquí estoy, oh Dios, he venido a hacer tu voluntad como está escrito acerca de mí en las Escrituras’». Primero, Cristo dijo: «No quisiste sacrificios de animales ni ofrendas por el pecado; ni ofrendas quemadas ni otras ofrendas por el pecado; ni te agradaron» (aun cuando la ley de Moisés las exige). Luego dijo: «Aquí estoy, he venido a hacer tu voluntad». Él anula el primer pacto para que el segundo entre en vigencia. Pues la voluntad de Dios fue que el sacrificio del cuerpo de Jesucristo nos hiciera santos, una vez y para siempre” (Hebreos 10:5-10).
            En el Nuevo Pacto que vivimos, no necesitamos ofrendar para recibir el perdón de pecados (pues para eso Cristo se ofreció), ni para recibir el favor de Dios… El favor o la bendición de Dios la recibimos por gracia: ya somos bendecidos; y ahora, cuando ofrendamos, lo hacemos como muestra de nuestra eterna gratitud al Señor.
Está claro que debido a que el propósito de la ofrenda no es el mismo que en la Ley, no necesitamos sacrificar ningún animal a Dios, pues ya el derramamiento de la sangre de Cristo fue hecho una vez y para siempre como un sacrificio perfecto por nosotros. Sin embargo, el mismo principio que está presente en los diezmos se encuentra en las ofrendas: es para la extensión efectiva del Reino de Dios (Hechos 4:34-35), con la diferencia que cuando ofrendamos, no entregamos la décima parte de lo recibido, sino mucho más.

Ahora bien, siendo que la ofrenda es una muestra de nuestra gratitud a Dios, y que entendemos la importancia de ella para la proclamación del evangelio, no debe ser escasa; por el contrario, debe superar con creces lo diezmado. Al apóstol Pablo se le reveló esto, y pudo ver cómo nuestra prosperidad está estrechamente vinculada con la generosidad de nuestra ofrenda (2 Corintios 9:6,11). En otras palabras: “Mientras más ofrendes, más te prosperará financieramente el Señor, para que sigas ofrendando en su Reino con mayor libertad”; ése es el principio, y es una cuestión de gratitud… Tu ofrenda habla de tu nivel de agradecimiento a Dios. Ya deja de agradecer sólo con tus palabras, y actúa!

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