Conferencia del Pastor Rafael Guilarte en Barinas... Para personas con una
mentalidad abierta!!!
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Pertenezco a un Reino, y a él me debo... Camino diariamente hacia mi destino profético, bendecido siempre y en todo, y viviendo mi mejor temporada... sin final!
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17 agosto 2016
11 agosto 2016
¿Dónde está la Iglesia?
La palabra
griega traducida como "iglesia" (ekklesia),
aparece más de 100 veces en las Escrituras, y muestra un trasfondo bastante
interesante: En la antigua Grecia, la Ekklesia era la gente convocada y
reunida en asamblea, compuesta por todos los ciudadanos de la metrópoli que no
habían perdido sus derechos cívicos, y sus poderes eran para todos los fines y
efectos. Esta iglesia nombraba y destituía magistrados, dirigía
la política de la ciudad y distribuía los fondos públicos,
entre otras atribuciones importantes. Más adelante, el mundo romano no tradujo
la palabra ekklesia, sino que la transliteró, resultando en el latín ecclesia,
y la usó de la misma forma que los griegos.
En el
Israel dominado por el Imperio Romano, encontramos que el Señor Jesús invirtió
la mayor parte de su tiempo en proclamar “el evangelio del reino”, y no habló
mucho de la “ekklesia”. Sin embargo, sus pocas referencias al respecto no
significan que le restó poder a la misma, pues su sola afirmación de que “… las
Puertas del Hades (los poderes de la muerte) no prevalecerán contra ella”
(Mateo 16:18 – NBLH), dejó claro que no estaba describiendo a un grupo de
ovejitas temerosas e indefensas, sino a una entidad de gobierno divino, como se vería posteriormente, luego de
su muerte y resurrección (2 Timoteo 1:7; 2 Corintios 10:4-5).
Veamos
algunos pasajes de las Escrituras, que nos dan luz al respecto de la iglesia:
·
“… En aquel día se desató una gran persecución en
contra de la iglesia en Jerusalén…” (Hechos
8:1 – NBLH). ¿Nos podemos imaginar una persecución desatada contra un local
o un edificio? Por supuesto que no.
·
“… reuniéndose con la iglesia y enseñando a gran
cantidad de gente…” (Hechos 11:26 – PDT). Cuando nos reunimos con nuestros
hermanos en una casa para estudiar la Palabra, ¿Nos estamos reuniendo con la
iglesia? (Romanos 16:3-5) Claro que
sí; de eso, no hay duda.
·
“… El hombre deja a su padre y a su madre, y se une a
su esposa, y los dos se convierten en uno solo. Eso es un gran misterio, pero
ilustra la manera en que Cristo y la iglesia son uno”
(Efesios 5:31-32, NTV). ¿El lugar de
reunión es uno con Cristo? Estamos seguros que no.
En este
punto, considero importante recalcar: LA
IGLESIA NO ES EL LOCAL FÍSICO EN DONDE NOS REUNIMOS; de hecho, ni Cristo ni
sus discípulos se refirieron a la iglesia como a un lugar, sino que siempre
hicieron alusión a una reunión de personas, a la que se le dio el título de
“iglesia”. En el Antiguo Pacto, el pueblo iba al “templo” para “buscar” a Dios.
En
el Nuevo Pacto no vamos a ningún “templo”, porque… “¿Acaso no saben
ustedes que son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios vive en ustedes?” (1 Corintios 3:16 – DHH). En otras
palabras, hoy nos reunimos como hermanos en un local, por ejemplo (no es el
templo), y lo hacemos, porque tenemos a Dios (no tenemos que buscarlo, pues Él
está en nosotros; sólo debemos orar en cualquier lugar, y listo). Asimismo, en
Cristo no nos reunimos para hacer culto,
pues es nuestra vida la principal ofrenda que al Señor le agrada (Romanos
12:1). Con respecto al culto que se hacía en el Antiguo Pacto, la Palabra de
Dios afirma: “Todo esto es ahora un ejemplo para nosotros
que demuestra que las ofrendas y los sacrificios no eran capaces de purificar
la conciencia de los que adoraban de esa manera. Esas ofrendas y sacrificios
tenían que ver sólo con asuntos de comida, bebidas y ceremonias de
purificación. Eran sólo reglas que servían únicamente hasta que Dios estableciera un
nuevo orden” (Hebreos 9:9-10, PDT).
La mayoría
de las congregaciones cristianas en la actualidad, manifiestan haber dejado
atrás los ritos y ceremonias del Antiguo Pacto, pero lo que han hecho es sustituir
lo anterior por ritos “cristianizados” para hacer culto, y esto no es lo que el
Espíritu muestra en el Nuevo Pacto, el cual es integralmente espiritual
(Romanos 14:17).
Decir cosas
como “Voy a la iglesia”, demuestra que no se han revelado plenamente estas
verdades del evangelio, y que se está hablando apegado a lo dictado por el
sistema religioso, en donde se siguen conduciendo bajo esta mentalidad caduca
de “ir al templo” a “hacer culto” a Dios, manipulando así a los más débiles,
diciéndoles cosas como: “Te perdiste la bendición” (aunque ya fuimos bendecidos
– Efesios 1:3), entre otras cosas.
Aunque esto
pueda parecer irrelevante para algunos, tiene mucha importancia, pues
recordemos que lo que hablamos, refleja lo que creemos (2 Corintios 4:13), y
esto condiciona inevitablemente nuestro comportamiento. Si tenemos una
mentalidad como si estuviéramos en el Antiguo Pacto, eso es lo que hablaremos
(“voy al templo”, “voy al culto”), y por lo tanto, es lo que viviremos
(buscando lo que ya tenemos, por ejemplo), lo cual no está conforme a la verdad
presente en el Nuevo Pacto (Colosenses 2:10).
Entonces, ¿Debemos congregarnos, es decir, reunirnos como
iglesia? Por supuesto que sí (Hebreos 10:25); sin embargo, si estamos claros de
quiénes somos (1 Pedro 2:9), dónde estamos en Cristo, y para qué nos reunimos, no seremos
susceptibles a la manipulación religiosa.
La iglesia
del Señor fue comprada con la sangre de Cristo (Hechos 20:28), y básicamente
está conformada por la totalidad de las personas que hemos reconocido a
Jesucristo como el Señor de nuestras vidas, y hemos nacido de nuevo. Siendo
esto así, podemos declarar con seguridad dónde
se encuentra la iglesia:”… Dios es tan rico en misericordia y nos amó tanto
que, a pesar de que estábamos muertos por causa de nuestros pecados, nos dio
vida cuando levantó a Cristo de los muertos. (¡Es sólo por la gracia de Dios
que ustedes han sido salvados!) Pues nos levantó de los muertos junto con
Cristo y nos sentó con él en los lugares
celestiales…” (Efesios 2:4-6, NTV).
Hasta aquí
podemos decir lo siguiente: Somos la
iglesia del Señor, y estamos
sentados en lugares celestiales… Vale preguntar: ¿Para qué nos reunimos? Se
pueden decir muchas cosas, pero las 2 razones principales que la Palabra nos
muestra son:
1.
Para dar testimonios de fe y amor (Hechos 14:27; 3 Juan 1:5-6).
2.
Para edificarnos mutuamente (1 Corintios 14:18-19).
Esto debe estar claro: Sí necesitamos reunirnos como iglesia,
pero eso no quiere decir que si (por razones justificadas) no podemos congregarnos
durante un período de tiempo determinado, Dios se aparta de nosotros. ¿Acaso hay algo que pueda separarnos del
amor de Cristo? (Romanos 8:35-39). ¿Cómo hacían los esclavos que confesaban
a Cristo durante el primer siglo? ¿Violaban la ley para ir a todas las
reuniones? (1 Corintios
7:20-21; 1 Timoteo 6:1; 1 Pedro 2:18-20). Es de suponerse que muy probablemente
no asistían tan regularmente a las reuniones de iglesia. ¿Estaban mal por eso?
Cuando el apóstol Pablo estuvo encarcelado en muchas ocasiones, obviamente no
podía reunirse con la iglesia (2 Timoteo 4:9-18), y
estamos seguros de que Dios no lo abandonó, sino por el contrario, el propio
ministro declaró: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he
mantenido la fe” (2 Timoteo 4:7 – Traducción Kadosh).
Aunque esto pueda ser malinterpretado, debo decir que Hebreos
10:25 hace referencia a no dejar de congregarse; en otras palabras, a no abandonar
el excelente hábito de reunirse con la iglesia. El pasaje no está indicando la
periodicidad con la que se debe asistir a la reunión, sino la mala costumbre
que tienen algunos de abandonar.
¿Qué hacer
entonces? “… Dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes”
(Efesios 4:23 – NTV). Cada
creyente conoce sus situaciones, y deberá dejar que el Espíritu de Dios le
muestre lo que ha de hacer con respecto a la agenda de actividades, la cual
está supeditada a la voluntad del Señor, y no a las presiones religiosas de
ciertos líderes que pretenden abusar de su autoridad. Por eso, me despido con
esta oración apostólica:
Pido a Dios, el glorioso Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que les dé sabiduría espiritual y percepción, para que crezcan en
el conocimiento de Dios. Pido que les inunde de luz el corazón, para que puedan
entender la esperanza segura que él ha dado a los que llamó —es decir, su
pueblo santo—, quienes son su rica y gloriosa herencia. También pido en oración
que entiendan la increíble grandeza del poder de Dios para nosotros, los que
creemos en él. Es el mismo gran poder que levantó a Cristo de los muertos y lo
sentó en el lugar de honor, a la derecha de Dios, en los lugares celestiales.
Dios ha puesto a Cristo por encima de cualquier autoridad, poder, gobierno o
dominio, tanto de este mundo como del que está por venir. Sometió todas las
cosas bajo los pies de Cristo, y a Cristo mismo lo dio a la iglesia como cabeza
de todo. Pues la iglesia es el cuerpo de
Cristo, de quien ella recibe su plenitud, ya que Cristo es quien lleva
todas las cosas a su plenitud (Efesios 1:17-23).
05 agosto 2016
¿Quién Necesita Liberación?
Jesús regresó a Galilea en
el poder del Espíritu, y se extendió su fama por toda aquella región. Enseñaba
con frecuencia en las sinagogas y todos lo elogiaban. Y fue a Nazaret, donde
había sido criado, y en el día sábado entró en la sinagoga, y conforme a su
costumbre se levantó a leer. Le dieron el libro (el rollo) del profeta Isaías,
y abriendo el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del SEÑOR está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la
Buena Noticia a los pobres. Me ha
enviado a proclamar que los cautivos serán liberados, que los ciegos verán,
que los oprimidos serán puestos en libertad, y que ha llegado el tiempo del
favor del SEÑOR. Jesús cerró el libro, lo devolvió al encargado y se sentó.
Todos los que estaban en la sinagoga se quedaron mirándolo. Entonces Jesús les
dijo: -Lo que acabo de leerles se ha
cumplido hoy (Lucas 4:14-21).
Está bastante claro que una de las particularidades que trajo
consigo la venida de Jesús como hombre, fue la de proclamar la liberación de
los cautivos. ¿Qué cautivos? Veamos lo que nos muestran las Escrituras:
“Jesús les dijo a los judíos
que habían creído en él: –Si ustedes se mantienen fieles a mi palabra, serán de
veras mis discípulos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres. Ellos
le contestaron: –Nosotros somos descendientes de Abraham, y nunca hemos sido
esclavos de nadie; ¿cómo dices tú que seremos libres? Jesús les dijo: –Les
aseguro que todos los que pecan son esclavos del pecado. Un esclavo no
pertenece para siempre a la familia; pero un hijo sí pertenece para siempre a
la familia. Así que, si el Hijo los hace libres, ustedes serán verdaderamente
libres” (Juan 8:31-36, Dios Habla Hoy).
Ahora bien, Jesús se refirió a una libertad futura, porque aún
no había sido crucificado, y no había resucitado. ¿Qué pasó cuando Jesús murió
en la cruz, y resucitó de entre los muertos? La Palabra de Dios nos lo dice sin
ambages:
“Sabemos que nuestro antiguo ser pecaminoso fue crucificado
con Cristo para que el pecado perdiera su poder en nuestra vida. Ya no somos esclavos del pecado. Pues,
cuando morimos con Cristo, fuimos
liberados del poder del pecado” (Romanos
6:6-7 NTV).
Asimismo, en otro pasaje que se refiere al sacrificio del Señor,
se señala:
“… con una sola ofrenda
[Cristo] hizo perfectos para siempre a
los santificados. Así que, hermanos, teniendo confianza para entrar en el lugar
santísimo por la sangre de Jesús, acerquémonos con corazón
sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo los corazones rociados, y así libres de mala conciencia…” (Hebreos
10:14, 19, 22 – Biblia Textual).
La mentalidad religiosa y legalista presente en algunas
congregaciones, ha tenido la osadía de obviar pasajes de las Escrituras como
los que se mencionaron, llegando al punto de afirmar que una persona a la que
se le ha revelado el evangelio, y que ha reconocido a Jesucristo como el Señor
de su vida, aceptando su total redención, necesite liberación espiritual. Eso
está en desacuerdo con lo expresado por el Señor a través de Su Palabra, pues
es imposible que una persona que ha sido sellada con el Espíritu Santo (Efesios 1:13; Romanos 8:9), y que
ciertamente ha sido liberada totalmente del pecado, pueda estar “endemoniada”. Si tenemos a Cristo, no podemos tener
ningún demonio, aunque es real que los ataques que se pueden recibir, están
en la mente (2 Corintios 10:4-5), y son fácilmente detenidos por nuestra fe
(Efesios 6:16).
La persona a quien se le revela Cristo, es liberada
espiritualmente del pecado, pero allí comienza un proceso mental de renovación,
pues se encuentra con un dilema: Tiene una nueva naturaleza (2 Corintios 5:17),
pero todavía tiene una mente acostumbrada a conducirse conforme a su antigua
naturaleza. Por eso, es que necesitamos “nosotros” renovar nuestra forma de
pensar (Romanos 12:2; Efesios 4:23), y eso se lleva a cabo a través de la
comunión espiritual en nuestra intimidad con el Señor, así como cuando nos
reunimos como iglesia para entrenarnos en la Palabra de Dios.
Una persona nacida de nuevo que experimente “ataques”, que no le
permitan dormir, por ejemplo, o que vea cosas “extrañas”, lo que demuestra es
que necesita renovar su mente en una conciencia limpia, y no que necesita
liberación, pues esa liberación se llevó a cabo cuando reconoció el sacrificio
de Cristo por amor a nosotros. En casos similares, el creyente debe aferrarse a
la Palabra de Dios, y con la autoridad que ya tiene como hijo de Dios, echar
fuera todo pensamiento que no provenga del Señor, EN FE:
“En fin,
hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, noble, correcto, puro, hermoso y
admirable. También piensen en lo que tiene alguna virtud, en lo que es digno de
reconocimiento. Mantengan su mente ocupada en eso”.
Filipenses 4:8 – PDT
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