La palabra
griega traducida como "iglesia" (ekklesia),
aparece más de 100 veces en las Escrituras, y muestra un trasfondo bastante
interesante: En la antigua Grecia, la Ekklesia era la gente convocada y
reunida en asamblea, compuesta por todos los ciudadanos de la metrópoli que no
habían perdido sus derechos cívicos, y sus poderes eran para todos los fines y
efectos. Esta iglesia nombraba y destituía magistrados, dirigía
la política de la ciudad y distribuía los fondos públicos,
entre otras atribuciones importantes. Más adelante, el mundo romano no tradujo
la palabra ekklesia, sino que la transliteró, resultando en el latín ecclesia,
y la usó de la misma forma que los griegos.
En el
Israel dominado por el Imperio Romano, encontramos que el Señor Jesús invirtió
la mayor parte de su tiempo en proclamar “el evangelio del reino”, y no habló
mucho de la “ekklesia”. Sin embargo, sus pocas referencias al respecto no
significan que le restó poder a la misma, pues su sola afirmación de que “… las
Puertas del Hades (los poderes de la muerte) no prevalecerán contra ella”
(Mateo 16:18 – NBLH), dejó claro que no estaba describiendo a un grupo de
ovejitas temerosas e indefensas, sino a una entidad de gobierno divino, como se vería posteriormente, luego de
su muerte y resurrección (2 Timoteo 1:7; 2 Corintios 10:4-5).
Veamos
algunos pasajes de las Escrituras, que nos dan luz al respecto de la iglesia:
·
“… En aquel día se desató una gran persecución en
contra de la iglesia en Jerusalén…” (Hechos
8:1 – NBLH). ¿Nos podemos imaginar una persecución desatada contra un local
o un edificio? Por supuesto que no.
·
“… reuniéndose con la iglesia y enseñando a gran
cantidad de gente…” (Hechos 11:26 – PDT). Cuando nos reunimos con nuestros
hermanos en una casa para estudiar la Palabra, ¿Nos estamos reuniendo con la
iglesia? (Romanos 16:3-5) Claro que
sí; de eso, no hay duda.
·
“… El hombre deja a su padre y a su madre, y se une a
su esposa, y los dos se convierten en uno solo. Eso es un gran misterio, pero
ilustra la manera en que Cristo y la iglesia son uno”
(Efesios 5:31-32, NTV). ¿El lugar de
reunión es uno con Cristo? Estamos seguros que no.
En este
punto, considero importante recalcar: LA
IGLESIA NO ES EL LOCAL FÍSICO EN DONDE NOS REUNIMOS; de hecho, ni Cristo ni
sus discípulos se refirieron a la iglesia como a un lugar, sino que siempre
hicieron alusión a una reunión de personas, a la que se le dio el título de
“iglesia”. En el Antiguo Pacto, el pueblo iba al “templo” para “buscar” a Dios.
En
el Nuevo Pacto no vamos a ningún “templo”, porque… “¿Acaso no saben
ustedes que son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios vive en ustedes?” (1 Corintios 3:16 – DHH). En otras
palabras, hoy nos reunimos como hermanos en un local, por ejemplo (no es el
templo), y lo hacemos, porque tenemos a Dios (no tenemos que buscarlo, pues Él
está en nosotros; sólo debemos orar en cualquier lugar, y listo). Asimismo, en
Cristo no nos reunimos para hacer culto,
pues es nuestra vida la principal ofrenda que al Señor le agrada (Romanos
12:1). Con respecto al culto que se hacía en el Antiguo Pacto, la Palabra de
Dios afirma: “Todo esto es ahora un ejemplo para nosotros
que demuestra que las ofrendas y los sacrificios no eran capaces de purificar
la conciencia de los que adoraban de esa manera. Esas ofrendas y sacrificios
tenían que ver sólo con asuntos de comida, bebidas y ceremonias de
purificación. Eran sólo reglas que servían únicamente hasta que Dios estableciera un
nuevo orden” (Hebreos 9:9-10, PDT).
La mayoría
de las congregaciones cristianas en la actualidad, manifiestan haber dejado
atrás los ritos y ceremonias del Antiguo Pacto, pero lo que han hecho es sustituir
lo anterior por ritos “cristianizados” para hacer culto, y esto no es lo que el
Espíritu muestra en el Nuevo Pacto, el cual es integralmente espiritual
(Romanos 14:17).
Decir cosas
como “Voy a la iglesia”, demuestra que no se han revelado plenamente estas
verdades del evangelio, y que se está hablando apegado a lo dictado por el
sistema religioso, en donde se siguen conduciendo bajo esta mentalidad caduca
de “ir al templo” a “hacer culto” a Dios, manipulando así a los más débiles,
diciéndoles cosas como: “Te perdiste la bendición” (aunque ya fuimos bendecidos
– Efesios 1:3), entre otras cosas.
Aunque esto
pueda parecer irrelevante para algunos, tiene mucha importancia, pues
recordemos que lo que hablamos, refleja lo que creemos (2 Corintios 4:13), y
esto condiciona inevitablemente nuestro comportamiento. Si tenemos una
mentalidad como si estuviéramos en el Antiguo Pacto, eso es lo que hablaremos
(“voy al templo”, “voy al culto”), y por lo tanto, es lo que viviremos
(buscando lo que ya tenemos, por ejemplo), lo cual no está conforme a la verdad
presente en el Nuevo Pacto (Colosenses 2:10).
Entonces, ¿Debemos congregarnos, es decir, reunirnos como
iglesia? Por supuesto que sí (Hebreos 10:25); sin embargo, si estamos claros de
quiénes somos (1 Pedro 2:9), dónde estamos en Cristo, y para qué nos reunimos, no seremos
susceptibles a la manipulación religiosa.
La iglesia
del Señor fue comprada con la sangre de Cristo (Hechos 20:28), y básicamente
está conformada por la totalidad de las personas que hemos reconocido a
Jesucristo como el Señor de nuestras vidas, y hemos nacido de nuevo. Siendo
esto así, podemos declarar con seguridad dónde
se encuentra la iglesia:”… Dios es tan rico en misericordia y nos amó tanto
que, a pesar de que estábamos muertos por causa de nuestros pecados, nos dio
vida cuando levantó a Cristo de los muertos. (¡Es sólo por la gracia de Dios
que ustedes han sido salvados!) Pues nos levantó de los muertos junto con
Cristo y nos sentó con él en los lugares
celestiales…” (Efesios 2:4-6, NTV).
Hasta aquí
podemos decir lo siguiente: Somos la
iglesia del Señor, y estamos
sentados en lugares celestiales… Vale preguntar: ¿Para qué nos reunimos? Se
pueden decir muchas cosas, pero las 2 razones principales que la Palabra nos
muestra son:
1.
Para dar testimonios de fe y amor (Hechos 14:27; 3 Juan 1:5-6).
2.
Para edificarnos mutuamente (1 Corintios 14:18-19).
Esto debe estar claro: Sí necesitamos reunirnos como iglesia,
pero eso no quiere decir que si (por razones justificadas) no podemos congregarnos
durante un período de tiempo determinado, Dios se aparta de nosotros. ¿Acaso hay algo que pueda separarnos del
amor de Cristo? (Romanos 8:35-39). ¿Cómo hacían los esclavos que confesaban
a Cristo durante el primer siglo? ¿Violaban la ley para ir a todas las
reuniones? (1 Corintios
7:20-21; 1 Timoteo 6:1; 1 Pedro 2:18-20). Es de suponerse que muy probablemente
no asistían tan regularmente a las reuniones de iglesia. ¿Estaban mal por eso?
Cuando el apóstol Pablo estuvo encarcelado en muchas ocasiones, obviamente no
podía reunirse con la iglesia (2 Timoteo 4:9-18), y
estamos seguros de que Dios no lo abandonó, sino por el contrario, el propio
ministro declaró: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he
mantenido la fe” (2 Timoteo 4:7 – Traducción Kadosh).
Aunque esto pueda ser malinterpretado, debo decir que Hebreos
10:25 hace referencia a no dejar de congregarse; en otras palabras, a no abandonar
el excelente hábito de reunirse con la iglesia. El pasaje no está indicando la
periodicidad con la que se debe asistir a la reunión, sino la mala costumbre
que tienen algunos de abandonar.
¿Qué hacer
entonces? “… Dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes”
(Efesios 4:23 – NTV). Cada
creyente conoce sus situaciones, y deberá dejar que el Espíritu de Dios le
muestre lo que ha de hacer con respecto a la agenda de actividades, la cual
está supeditada a la voluntad del Señor, y no a las presiones religiosas de
ciertos líderes que pretenden abusar de su autoridad. Por eso, me despido con
esta oración apostólica:
Pido a Dios, el glorioso Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que les dé sabiduría espiritual y percepción, para que crezcan en
el conocimiento de Dios. Pido que les inunde de luz el corazón, para que puedan
entender la esperanza segura que él ha dado a los que llamó —es decir, su
pueblo santo—, quienes son su rica y gloriosa herencia. También pido en oración
que entiendan la increíble grandeza del poder de Dios para nosotros, los que
creemos en él. Es el mismo gran poder que levantó a Cristo de los muertos y lo
sentó en el lugar de honor, a la derecha de Dios, en los lugares celestiales.
Dios ha puesto a Cristo por encima de cualquier autoridad, poder, gobierno o
dominio, tanto de este mundo como del que está por venir. Sometió todas las
cosas bajo los pies de Cristo, y a Cristo mismo lo dio a la iglesia como cabeza
de todo. Pues la iglesia es el cuerpo de
Cristo, de quien ella recibe su plenitud, ya que Cristo es quien lleva
todas las cosas a su plenitud (Efesios 1:17-23).
1 comentario:
Excelente!!!
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